—Necesito verlo —le dije—. Desde que nos separamos he pensado constantemente en usted cada segundo. Me detuve temblando. El no contestaba.
—¿Por qué no contesta? —le dije con nerviosidad creciente.
—Espere un momento —respondió.
Oí que dejaba el tubo. A los pocos instantes oí de nuevo su voz, pero esta vez su voz verdadera; ahora también el parecía estar temblando. —No podía hablar —me explicó.
—¿Por qué?
—Acá entra y sale mucha gente.
—¿Y ahora cómo puede hablar?
—Porque cerré la puerta. Cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme.
—Necesito verlo —repetí con violencia—. No he hecho otra cosa que pensar en usted desde el mediodía. El no respondió.
—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Por qué no habla?
—Yo también —musitó.
—¿Yo también qué? —pregunté con ansiedad.
—Que yo también no he hecho más que pensar.
—¿Pero pensar en qué? —seguí preguntando, insaciable.
—En todo.
—¿Cómo en todo? ¿En qué?
—En lo extraño que es todo esto... el encuentro de ayer... lo de hoy... qué sé yo... La imprecisión siempre me ha irritado.
—Sí, pero yo le he dicho que no he dejado de pensar en usted —respondí—. Usted no me dice que haya pensado en mí.
Pasó un instante. Luego respondió:
—Le digo que he pensado en todo.
—No ha dado detalles.
—Es que todo es tan extraño, ha sido tan extraño... estoy tan perturbado... Claro que pensé en usted...
Mi corazón golpeó. Necesitaba detalles: me emocionan los detalles, no las generalidades.
—¿Pero cómo, cómo?... —pregunté con creciente ansiedad—. Yo he pensado en cada uno de sus rasgos, en su perfil cuando miraba el árbol, en su pelo castaño, en sus ojos duro y cómo de pronto se hacen blandos, en su forma de caminar...
—Tengo que cortar —me interrumpió de pronto—. Viene gente.
—La llamaré mañana temprano —alcancé a decir, con desesperación.
—Bueno —respondió rápidamente.
—¿Por qué no contesta? —le dije con nerviosidad creciente.
—Espere un momento —respondió.
Oí que dejaba el tubo. A los pocos instantes oí de nuevo su voz, pero esta vez su voz verdadera; ahora también el parecía estar temblando. —No podía hablar —me explicó.
—¿Por qué?
—Acá entra y sale mucha gente.
—¿Y ahora cómo puede hablar?
—Porque cerré la puerta. Cuando cierro la puerta saben que no deben molestarme.
—Necesito verlo —repetí con violencia—. No he hecho otra cosa que pensar en usted desde el mediodía. El no respondió.
—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Por qué no habla?
—Yo también —musitó.
—¿Yo también qué? —pregunté con ansiedad.
—Que yo también no he hecho más que pensar.
—¿Pero pensar en qué? —seguí preguntando, insaciable.
—En todo.
—¿Cómo en todo? ¿En qué?
—En lo extraño que es todo esto... el encuentro de ayer... lo de hoy... qué sé yo... La imprecisión siempre me ha irritado.
—Sí, pero yo le he dicho que no he dejado de pensar en usted —respondí—. Usted no me dice que haya pensado en mí.
Pasó un instante. Luego respondió:
—Le digo que he pensado en todo.
—No ha dado detalles.
—Es que todo es tan extraño, ha sido tan extraño... estoy tan perturbado... Claro que pensé en usted...
Mi corazón golpeó. Necesitaba detalles: me emocionan los detalles, no las generalidades.
—¿Pero cómo, cómo?... —pregunté con creciente ansiedad—. Yo he pensado en cada uno de sus rasgos, en su perfil cuando miraba el árbol, en su pelo castaño, en sus ojos duro y cómo de pronto se hacen blandos, en su forma de caminar...
—Tengo que cortar —me interrumpió de pronto—. Viene gente.
—La llamaré mañana temprano —alcancé a decir, con desesperación.
—Bueno —respondió rápidamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario